sábado, 27 de junio de 2009

DESAFÍOS Y RETOS DESDE LA REALIZACIÓN CINEMATOGRÁFICA.


Por Amanda Sarmiento Clavijo

Durante el pasado Foro Iberoamericano de Cine, realizado por primera vez en la ciudad de Bogotá, el director de la Cinemateca Distrital: Sergio Becerra, planteaba un interesante y polémico análisis: “En Colombia, hace 40 años no había dinero pero había cineastas. Ahora hay dinero pero sólo hay películas.” Y se preguntaba: “¿Hay cineastas en el sentido autoral de la palabra?”.

En su intervención, recordaba claros ejemplos de este ejercicio aguerrido y comprometido de cineastas como Marta Rodríguez y Jorge Silva, quienes incluso con las latas de película bajo el brazo deambulaban por el país, creando una propia ruta de distribución, llegando a lugares donde probablemente, las suyas fueron no sólo las primeras, sino las últimas películas que se vieron.

Sin embargo, a la distancia de más de cuatro décadas, la situación es evidentemente distinta, por lo menos y para empezar en cuanto a sistemas de producción de cine se refiere. “Amparados” por una ley de cine, las nuevas generaciones de realizadores(as) se la juegan probando relaciones (a veces directas, a veces indirectas) entre la financiación, la calidad y la creación de imagen fílmica. Por eso es preciso reflexionar sobre ese(a) cineasta – autor(a), en un país, que como el nuestro y luego de más de un siglo de presencia del cine, no ha logrado crear ni una industria y mucho menos una identidad cinematográfica propias.

Para empezar debemos preguntarnos: ¿Qué hace que un(a) realizador(a) se convierta en un(a) cineasta – autor(a)? Muchos aspectos pueden saltar a la vista para este análisis.

Podríamos plantearnos en primera instancia la reevaluación de una tesis que lleva mucho tiempo rondando por la academia y los demás espacios propios del quehacer cinematográfico. Se trata de aquel enunciado que sugiere que para lograr una buena película sólo se debe tener una buena historia. Entonces, vale la pena preguntarse en dónde quedan preguntas igualmente fundamentales como el contenido narrativo de una historia, tales como ¿cómo se cuenta esa historia y para qué se cuenta la misma?

Al observar el qué se cuenta, es decir el contenido de la historia, resulta fundamental retomar el cine como territorio natural para la construcción del pensamiento y como expresión artística. Esta afirmación conduce a un claro compromiso con lo que se cuenta y a la evaluación constante de si lo que se cuenta genera la construcción de nuevas ideas, percepciones y emociones.

En el caso del cine hecho en Colombia urge la práctica del ejercicio anteriormente mencionado. Pues si bien el grueso de nuestra producción ha explorado hasta la saciedad las realidades explícitas del colombiano, a través de una sobreabundancia de temas, personajes y situaciones meramente estereotipados, no ha ocurrido lo mismo con la exploración de historias que nos representen y que compartan nuestras realidades desde otras perspectivas, que estén alejadas de aquellos lugares comunes a los que el cine nacional nos ha acostumbrado.

Y es que si, como dice Román Gubern, pensamos el cine como un espejo social interactivo, que se alimenta de la realidad, pero a la vez la construye, queda claro que resulta necesaria la creación de “puntos de vista” en términos de lo cinematográfico que se distingan por su autenticidad, su osadía y espíritu crítico.

Cuando avanzamos hacia el ¿cómo se cuenta? Nos encontramos con no menos problemas y cuestionamientos, que se relacionan estrechamente con lo que acabamos de exponer, pues si unimos la tendencia de contar desde los estereotipos a la enorme influencia del lenguaje televisual, nos estrellamos de frente con esa sombra que nos acompaña desde hace ya varios años y que se refiere al preocupante hecho de “hacer telenovelas en 35 mm”.

Sin lugar a dudas se debe insistir en la reflexión constante sobre la imagen fílmica y sus características, aquellas que diferencian al cine de cualquier otra expresión audiovisual. Elementos como la construcción de personajes cinematográficos, la contemplación, el uso de silencios, de tiempos muertos, las otras y múltiples alteraciones temporales y espaciales que contribuyen a su vez a la creación de singulares tiempos y espacios cinematográficos han quedado en muchos casos rezagados, por no decir olvidados frente a la inmediatez, rapidez y estética de otros medios audiovisuales.

Frente a esto, es una realidad que ante la inserción de nuevas tecnologías y modos, el ejercicio práctico del quehacer cinematográfico ha cambiado (como lo ha hecho a lo largo de la historia del cine). Entonces, estamos en un estado transicional, porque aunque no sabemos hacia dónde, el cine se está moviendo.

Y en ese movimiento, la imagen fílmica también se ha transformado. Entonces, vale la pena preguntarse ¿Qué nuevas características se han incorporado a esta imagen?, ¿Qué elementos de los que regularmente se ha valido la construcción de imagen fílmica se mantendrán? ¿Cómo y cuál o cuáles serán los sellos distintivos de la misma en un futuro cercano? Y por supuesto ¿cuál es el aporte que como cineastas hacemos a la evolución de esta?

Por último pero no menos importante, tenemos la pregunta ¿para qué contamos una historia? Y en esos términos, resulta obligatorio referirnos a la compleja figura del espectador y la relación del (la) cineasta con él.

Espectador que a lo largo de la historia ha sido calificado a veces como víctima y otras tantas como victimario y aunque este artículo no tiene ningún interés en determinar si es lo uno o lo otro, si es importante hacer un acercamiento a ese “fantasma” con el que la mayoría de cineastas sueñan y/o tienen pesadillas.

Entender por ejemplo, que al hablar de espectador no nos referimos a un solo modo de ser espectador, sino comprender que existen muchos tipos de espectadores de cine que están atravesados por un complejo sistema de singularidades e identidades individuales y colectivas.

Y es que en la actualidad cabe incluso la pregunta de si existe el espectador de cine, aquel que tiene como hábito cotidiano la asistencia a la sala de cine, pues frente a las variadas ventanas de exhibición (DVD, descargas por Internet, televisión paga, entre otros) que ofrecen mayor comodidad e incluso economía no es un escenario irreal pensar en la desaparición de ese usual visitante del theatrical[1].

Frente a este complejo y cambiante panorama se plantean una enorme cantidad de retos para el (la) realizador(a). Pero tal vez el más importante y sobre el cual deberían recaer la mayoría de esfuerzos creativos que se hagan en esta dirección, es el de generar y proponer a los espectadores, desafíos en diferentes niveles: yendo desde lo narrativo, pasando por lo estético y llegando hasta lo intelectual y perceptivo, que los confronten, los desinstalen de sus zonas de confort y les propongan nuevas dinámicas al ver cine.

Quizás un(a) realizador(a) que se plantee desde la teoría y la práctica estos interrogantes y muchos otros, que tenga espíritu explorador, que no tenga miedo de desafiar a través de sus imágenes, que sea crítico(a) de su entorno y sus realidades, pero sobretodo, un(a) realizador(a) que sea honesto(a) en el ejercicio de su propia humanidad y del quehacer cinematográfico será un(a) cineasta en toda la extensión de la palabra, con todos los valores agregados, pero más aún con las responsabilidades que tal título confiere.



[1] Pantalla de cine

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